Una nota sobre el coraje de soltar lo que ya no somos
A veces no es una persona.
No es una ciudad.
No es una relación rota.
A veces es una idea.
Una imagen fija de lo que creíste que tenías que ser.
Un “debería” que ya no te queda.
Un lugar que te aprieta.
Un rol que te pesa.
Un miedo antiguo que te amarra.
Y sí, dejar ir todo eso cuesta.
No porque no sepas que te está frenando,
sino porque soltar también es un duelo.
Porque aunque ya no te haga bien, aún te es familiar.
Y el cuerpo, la mente, el alma… también se aferran a lo conocido.

Pero lo cierto es que soltar no es rendirse.
Es, muchas veces, el primer paso hacia tu libertad.
Ese momento en que eliges no cargar más lo que te impide moverte.
Ese instante de lucidez en el que reconoces que te mereces estar en otro lugar.
En otro espacio.
En otro presente.
El diccionario dice que la valentía es “la determinación para enfrentarse a situaciones arriesgadas o difíciles.”
Y qué mayor riesgo que dejar atrás lo que te daba identidad, rutina o consuelo,
para ir en busca de lo que aún no conoces… pero que presientes que es tuyo.
Valentía no siempre es saltar.
A veces es quedarse quieta, respirando hondo,
mientras todo lo que ya no va contigo se cae solo.
Y no recogerlo.
Dejar ir también es avanzar.
Aunque duela.
Aunque tiemble.
Aunque aún no sepas bien a dónde vas.
Porque lo que viene…
solo llega cuando dejas espacio.

Elige tu destino.


Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)