Hoy llueve en San Luis. Y no una llovizna cualquiera, sino esa lluvia que se instala, que parece que vino para quedarse un rato largo. La escucho golpear las ventanas desde temprano, como si quisiera recordarme que estoy aquí. En esta ciudad que no elegí del todo, pero que se ha vuelto mi punto de partida.
San Luis tiene fama de ser semidesértico. El clima seco, los paisajes de tierra dura, los cielos abiertos. Y sin embargo, cuando llueve, llueve de verdad. No es común, pero cuando llega julio, el agua cae como si el cielo necesitara llorar lo que se ha guardado todo el año. Dicen que aquí llueven menos de 400 milímetros al año, y que la mayoría cae justo ahora, en unos pocos meses. A veces más, a veces menos. Todo depende. Como la vida.

Hay algo en esta lluvia que me mueve. Me baja el ritmo, me saca de la cabeza y me mete en el cuerpo. Me invita a ver mi ciudad con otros ojos, aunque no sea mi favorita. Aunque muchas veces sueñe con estar en otra parte. Porque cuando todo se moja, cambia el color de las cosas. Los árboles parecen más verdes. Las calles, más viejas. Y yo, más presente.
A veces me pregunto si la lluvia no es también una forma de viaje. No de esos que se planean con mapas o se publican en redes, sino de los que te sacuden por dentro. De esos que te obligan a detenerte, a mirar la ventana, a quedarte contigo un rato más. Tal vez no necesito moverme tanto para estar en movimiento.
Hoy no me voy a ningún lado. Solo estoy aquí. Y por ahora, eso también cuenta.
“No siempre elegimos el clima, pero sí podemos elegir cómo habitamos la lluvia.”





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Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)