Venía del maravilloso momento que viví en Cómpeta haciendo el Teacher Training Course de yoga. Fueron semanas intensas, llenas de estudio, disciplina, mantras, asanas, confrontaciones y también de momentos de luz que me marcaron profundamente. Pero, como todo proceso intenso, también me dejó cansancio y muchas emociones revueltas.
Y justo después de eso, llegué a Málaga.

La ciudad se volvió el escenario perfecto para reintegrarme. No fue casualidad. Necesitaba un lugar donde pudiera caminar sin prisa, respirar el mar, perderme en calles luminosas y sentirme ligera después de tanto movimiento interno.
El Mediterráneo fue mi primer maestro aquí: con su calma me enseñó que no tenía que seguir corriendo, que podía simplemente dejarme estar. Cada amanecer frente al mar se convirtió en una meditación ambulante, en un recordatorio de que la vida también es simple cuando bajamos el ritmo.
En Málaga encontré espacios para sentarme en silencio, para probar distintas formas de meditar y también para reencontrarme con el yoga desde otro ángulo: sin exámenes, sin gurús alrededor, solo conmigo misma. Fue como volver al origen de por qué empecé este camino.
También fue el lugar donde me permití no hacer nada y sentir que eso estaba bien. La ciudad, con su energía cálida y relajada, me ayudó a soltar la exigencia que traía del TTC y volver a conectarme con el disfrute.
Pienso que todos necesitamos un “Málaga” en nuestra vida: un lugar (real o simbólico) donde podamos regresar a nosotros mismos después de un proceso fuerte. Donde podamos reintegrar lo aprendido, saborear lo vivido y volver a mirar hacia adelante con calma.
Y para mí, ese lugar fue aquí. 🌊✨




