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Madrid me recibió entre misterios, fútbol y magia compartida

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Llegué a Madrid con mil dudas, un sinfín de comparaciones en la cabeza y varias sorpresas guardadas en la maleta. Decidir hacer este viaje no fue fácil: tomé en cuenta muchas cosas importantes, tanto emocionales como prácticas. Y aunque solo llevo un día y medio aquí, ha sido suficiente para que esta ciudad me descoloque… y me enamore.

En este breve pero intenso tiempo ya viví dos experiencias que me marcaron profundamente: un tour de misterios y leyendas, y nada más y nada menos que un partido en el imponente estadio Santiago Bernabéu.

El madridismo —ese sentimiento colectivo tan profundo— fue lo primero que me abrazó al llegar. Bastó con que llevara puesta la camiseta para que me saludaran con un sonoro “¡Hala Madrid!”. Ese gesto simple pero lleno de fuerza me hizo sentir parte de algo grande, algo que trasciende. En una ciudad donde la gente no suele saludar mucho en la calle, ese grito compartido me conmovió. Ya hablaré más a fondo del madridismo en otra nota, porque lo merece. Pero desde ya puedo decir que es una comunidad hermosa, entregada, viva.

Madrid está encantada. No solo por sus historias de reyes, inquisidores, santos y fantasmas… sino porque vibra con una intensidad que remueve. Cada calle tiene memoria, cada rincón late distinto, cada paso que das parece resonar en otra parte de ti.

Después del Bernabéu, me lancé a un tour nocturno de misterios y leyendas con TodoTours, y ahí me encontré con Lydia, nuestra guía. No solo nos contó historias: nos las regaló como quien comparte un tesoro. Su pasión, su entrega, su amor por lo que hace, se sienten. Y se agradecen. Esa forma de transmitir, de mantener viva la memoria de la ciudad, es también una forma de amar.

En medio del recorrido, Lydia —muy consciente de la energía del grupo y de la historia que nos une— bromeó con algo que quedó resonando en mí: como éramos mayoría mexicana, parecía que ahora los mexicanos veníamos a conquistar España. Y tal vez no estaba tan lejos de la verdad… Solo que esta vez, la conquista tiene otro rostro. Uno que une en lugar de dividir. Tal vez Dios, el universo, la vida —como cada quien quiera llamarlo— nos trajo aquí no para conquistar al otro, sino para redescubrirnos juntos. Para recordar que, en el fondo, no somos tan distintos.

Somos uno solo, aunque a veces le pongamos otro nombre.

Y en esa paradoja hermosa, al querer conquistar… terminamos por enamorarnos.

Conquístate y elige tu destino.

Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)

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