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Aveiro: el lugar que no sabía que necesitaba

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Llegué a Aveiro con el cuerpo cansado y el alma un poco en duda. A veces, hasta los viajes más esperados traen consigo ese momento de pausa obligada… y eso fue lo que pasó. Me tomé toda una tarde para descansar. No hubo turismo, ni fotos, ni caminatas largas. Solo yo, el silencio y el permiso de detenerme.

Por un instante pensé que tal vez no había sido tan buena idea venir. ¿Para qué hacer el esfuerzo si no tenía energía? ¿Y si este lugar no era para mí? Pero algo dentro me dijo que esperara, que no sacara conclusiones tan rápido. Y menos mal.

Porque al día siguiente todo cambió. La energía volvió poco a poco y, con ella, la magia del encuentro. Conocí personas que me recordaron lo mucho que el corazón puede levantarse con una simple conversación, con una sonrisa sincera, con la calidez inesperada de alguien que te hace sentir bienvenida.

Y entonces comencé a caminar Aveiro con otros ojos. Descubrí que una cuarta parte de su población son estudiantes universitarios, lo que explica esa energía vibrante que se siente en las calles, en los cafés, en los puentes decorados con azulejos coloridos. Uno de ellos, el Puente de la Amistad, está lleno de arte y de mensajes de cariño de distintas partes del mundo.

Me subí a una de las tradicionales moliceiros —esas embarcaciones largas y coloridas que, aunque recuerdan a las góndolas de Venecia o incluso a las trajineras de Xochimilco, tienen su propia historia ligada a la recolección de algas. Fue como entregarme al momento: viento suave, agua calma y el permiso total de estar conmigo misma. Hasta me compré la foto que me tomaron, y me encantó… porque sí, ahí estaba, completamente presente.

Otra cosa que me sorprendió fue lo fácil que es sentirse en casa aquí. El idioma no fue una barrera en ningún momento. La gente se esfuerza por hablar distintos idiomas, los menús están traducidos y —esto fue clave para mí— todos los lugares a los que fui tenían opciones vegetarianas o veganas, incluso si el restaurante no era especializado. Sentí que mi estilo de vida era totalmente respetado y bienvenido, lo que hizo que mi experiencia fuera aún más amable.

Y cuando pensaba que no podía mejorar, conocí a una pareja de argentinos que simplemente me hicieron el día. Conectamos al instante. Teníamos los mismos intereses, el mismo ritmo de viaje. Fuimos juntos a ver las famosas casitas de colores en Costa Nova, a solo unos minutos de Aveiro, y luego a Playa da Barra, con su faro imponente y su brisa marina. Era como si nos conociéramos de toda la vida. Ya estamos soñando con reencontrarnos en México o en Argentina.

Y ahí, en medio de todo eso, recordé por qué me encanta viajar. No es solo por los paisajes o los lugares de postal. Es por las personas. Por las historias que se cruzan, por el sentimiento de pertenecer, aunque sea por un rato, a otro rincón del mundo.

Como dijo una vez un monje budista: “No entiendo por qué existen las fronteras, si el propósito del ser humano es conocer el mundo.”

Y sí, esta vez, Aveiro me lo recordó todo.

Recuerda-te y elige tu destino.

Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)

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