En este momento, me encuentro en una etapa de transición que me llena de incertidumbre. La vida ha cambiado en muchos aspectos: mi salud, mis objetivos, mis relaciones, y lo que alguna vez fue un camino claro ahora se siente lleno de dudas. No importa cuántos logros tenga, o cuántos avances haya hecho, siempre está presente esa voz interna que me dice que no soy lo suficientemente buena, que en algún momento seré descubierta como un fraude.

Lo llamo el síndrome del impostor, y es algo con lo que he lidiado durante más tiempo del que quisiera admitir. Cada vez que me enfrento a una nueva etapa, esa sensación vuelve a aparecer. Según Pauline Clance y Suzanne Imes, psicólogas que definieron el síndrome en 1978, las personas que lo experimentan sienten que sus logros son una suerte o que no merecen lo que han alcanzado, lo que genera una gran ansiedad.
Este fenómeno no es aislado; estudios más recientes, como el de Parkman (2016), confirman que el síndrome del impostor sigue afectando a muchas personas en distintos ámbitos, desde el académico hasta el profesional.
Lo que he aprendido en este proceso es que, aunque no siempre puedo evitar esos pensamientos, sí puedo ser consciente de ellos. Soy consciente de que, en estos momentos de incertidumbre y cambio, el síndrome del impostor está alimentado por mis propias inseguridades y la presión de querer cumplir con expectativas ajenas, ya sea de la sociedad o de mí misma. En un estudio reciente de Langford y Clance (2010), se concluyó que las personas con síndrome del impostor tienden a sobrecargarse de trabajo y, a menudo, sienten que deben ser perfectas para evitar ser descubiertas como “fraudes”. Esto, claro, refuerza aún más el ciclo de ansiedad.
Pero al mismo tiempo, he aprendido que ese sentimiento de “no merecer” es solo una parte de lo que soy, no mi totalidad. Estoy aprendiendo a observarlo sin dejar que me controle. Como sugiere la investigación de Harvey y Katz (1985), la clave para superar el síndrome del impostor radica en aceptar los logros y entender que el miedo al fracaso no nos define. Reconocer que todos enfrentamos inseguridades, aunque algunas no se expresen de la misma manera, es un paso crucial.
Y aquí, en este blog, me encuentro exponiéndome aún más a esa sensación: tal vez algunos me vean como una fraude por compartir mis pensamientos, mi camino y mis inseguridades. Pero he decidido que, aunque el miedo a ser juzgada está presente, mi vulnerabilidad puede ser un puente hacia algo más grande: el poder conectar con quienes se sienten igual, con quienes están pasando por procesos similares.
Y a medida que avanzo, sé que lo más importante no es vencer este miedo de inmediato, sino simplemente estar presente con él, aceptarlo y seguir adelante a pesar de él.

La vulnerabilidad de abrirme y compartir este proceso con el mundo es, paradójicamente, lo que me da fuerza. Es como un recordatorio de que, aunque no tengo todas las respuestas ni me siento siempre en control, estoy aquí, en mi propio camino, aprendiendo a ser lo que soy sin juicios. Es fácil pensar que todo lo que hacemos es un fracaso cuando sentimos que no estamos a la altura, que no lo merecemos o que estamos solos en esto. Pero lo que he aprendido es que lo que llamamos “fracaso” a menudo es solo una parte del proceso, algo natural en nuestro camino de crecimiento. No estamos condenados a ser lo que tememos ser; solo estamos pasando por lo mismo que muchas otras personas, enfrentando desafíos y aprendiendo en el proceso. La clave está en confiar, en no rendirse ante esa voz interior que te dice que no puedes, y en seguir adelante aunque no veas todo claro. Porque, a veces, el mayor logro es simplemente no rendirse.


Descubre y elige y tu destino
Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)