Nunca pensé que estaría aquí.
Tan lejos de casa.
Con el cuerpo cansado, el alma abierta… y un cuaderno lleno de notas, nombres en sánscrito y preguntas que no siempre tienen respuesta.

Pero este viaje comenzó mucho antes.
Antes de conocer el ashram de Nueva York.
Antes incluso de ponerle nombre al deseo de aprender.
Yo ya buscaba esto… aunque no sabía cómo se llamaba.
El Teacher Training Course Sivananda no es una clase más de yoga.
Es una sacudida suave —y a veces no tan suave— al corazón.
Es despertarte antes del amanecer, pero también ver amanecer por dentro.
Es estar rodeada de mantras, silencio y una dieta vegetariana que, más allá del cuerpo, te confronta con tus hábitos, tus apegos y tus ganas de huir.
He aprendido, sí.
Posturas, respiración, filosofía Vedanta.
Pero sobre todo he aprendido que lo más difícil no es entender los textos…
sino llevarlos al desayuno.
A la conversación con quien no piensa como tú.
A la tristeza que llega sin aviso.
A la nostalgia de estar lejos de casa.
Nos cuesta trabajo vivir una historia de vida feliz.
Nos cuesta acercarnos a lo divino sin sentir que estamos fingiendo algo.
Nos cuesta creer que Sat Chit Ananda —existencia, conciencia, dicha— puede ser también esta confusión que traigo adentro.
Pero aquí estoy.
Y este es solo el principio del viaje.
Con dudas, con fe, con gratitud.

Porque quizás lo divino no está tan lejos.
Quizás solo quiere que lo miremos de frente…
mientras doblamos la ropa, hacemos una asana o escribimos esto.





Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)