Ayer fui parte de un tour muy especial: el de las reinas de España. Éramos solo cuatro mujeres —tres argentinas y yo— guiadas por un profesor de historia que supo llevarnos, con palabras, a través de siglos de intrigas, coronas, y decisiones que marcaron el destino de un país… y el de muchas mujeres.
Para alguien como yo, que ama las historias, fue perfecto. No solo admiré los palacios, los cuadros y las leyendas, sino que algo más profundo se quedó conmigo: el eco de esas mujeres que alguna vez intentaron gobernar, que a veces lo lograron, otras veces no, pero que todas dejaron una huella.
Lo que más me tocó fue entender el origen de ciertas expresiones culturales españolas —como los claveles en los tocados o la forma en que se visten— y ver cómo todo tiene raíces en el papel que las reinas jugaron y en cómo las mujeres fueron moldeadas desde entonces: para pertenecer, para encajar, para representar.
Muchas fueron casadas a los 13 años. Todo por poder. Por alianzas. Por linaje. Por pactos sellados en los cuerpos de niñas.
Y aunque siglos después parezca que hemos avanzado, a veces solo queda una fachada más moderna, superficial, pero con los mismos mandatos disfrazados de libertad.
Este tour me hizo reflexionar no solo sobre la historia de las reinas, sino sobre la nuestra. La de las mujeres que seguimos, cada día, tratando de gobernar nuestras propias vidas, muchas veces cargando con coronas invisibles que no elegimos, pero que pesan.
Porque la historia no está tan lejos como parece. A veces está justo aquí, en nosotras. Y en cómo decidimos escribirla diferente.
Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)