Semana Santa me hace pensar mucho. No tanto en el sacrificio, sino en esa delgada línea entre lo que creemos que debemos pagar… y lo que simplemente merecemos por existir. ¿Y si Jesús no vino a decirnos que había que sufrir, sino a mostrarnos que ya somos dignos? ¿Que el Reino de los Cielos está dentro, no como un premio, sino como una posibilidad presente?
Hace un tiempo escuché una teoría que, aunque no es parte de la versión oficial, me gusta. Dice que Jesús, durante los años de los que no se sabe nada —entre su adolescencia y el inicio de su vida pública— viajó a Oriente. Que fue a la India, al Tíbet, que aprendió de sabios, meditó, practicó yoga y luego regresó a compartir desde un lugar más profundo.

La historia se vuelve aún más interesante cuando leo a Paramahansa Yogananda en El Yoga de Jesús. Él dice que Jesús no vino a fundar una religión, sino a enseñarnos un camino interior. Que hablaba del “Reino de los Cielos” como algo que está dentro de nosotros, accesible no por fe ciega, sino por experiencia directa, como lo propone el yoga.
Me gusta imaginarlo así: como un buscador más. Como alguien que se retiró del ruido del mundo para volver con otra mirada. Una mirada que incomodó, que confrontó, que habló de amor, de entrega, de consciencia. Y que tal vez, por eso mismo, fue incomprendido.
No hay pruebas históricas sólidas de ese viaje. Lo sé. Los evangelios no lo mencionan y lo que se ha dicho viene de relatos dudosos, manuscritos debatidos, interpretaciones alternativas.
Pero me gusta creer que fue así.
Porque esa imagen de Jesús —el yogui, el meditador, el guía interior— conecta más conmigo que la figura lejana, sufriente y dogmática que a veces nos enseñaron. Esa figura me inspira a buscar hacia adentro, a seguir caminando, a hacer silencio y encontrar ahí algo sagrado.
Tal vez no importa si fue cierto. Tal vez lo importante es que resuene.



Descubre y elige y tu destino
Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)