Hoy es 9 de mayo, Día de Europa. Y por esas vueltas inesperadas del destino, me tocó vivirlo aquí, en España. No lo planeé así, pero hay algo en este tipo de sincronías que me gusta dejar que me hablen. Europa también ha pasado por todo: guerras, migraciones, conquistas, caídas, renacimientos. Y, sin embargo, sigue de pie, con cicatrices visibles y otras que ya se volvieron parte del paisaje, caminando con la frente en alto.
El 9 de mayo se conmemora desde 1950, cuando Robert Schuman propuso una idea que cambiaría el rumbo del continente: cooperar para que nunca más una guerra lo dividiera. Fue el primer paso hacia la Unión Europea, y aunque no todo es perfecto, hay algo que se siente al recorrer sus ciudades: una energía de reconstrucción constante, de mezcla, de diversidad que no intenta borrarse, sino integrarse.

Y hablando de diversidad… se nota en la comida, en los acentos, en las formas de vestir, de amar, de vivir. Aquí encajan muchas maneras de estar en el mundo, sin que ninguna intente imponerse. Me sorprende la apertura, la posibilidad de caminar por una calle y encontrar desde una taberna tradicional hasta un restaurante de Medio Oriente o una cafetería vegana minimalista, todos compartiendo espacio, todos coexistiendo. Y lo mismo ocurre con las personas.
Desde este lado del mundo, a veces se nos olvida que, aunque la historia fue dura y llena de imposiciones, también hay algo que quedó como legado. No lo reconocemos del todo, pero los pueblos que fueron conquistados también dejaron su huella aquí. Nos pertenecemos mutuamente, aunque a veces no lo veamos así. Hay palabras, sabores, formas de ser que viajaron en ambas direcciones y aún viven en la piel del lenguaje y la cultura.
España, en particular, carga con muchas memorias. Algunas luminosas, otras más oscuras. No es casual que muchos de los antiguos edificios de la Inquisición hoy sean juzgados. Caminas por ellos y, aunque el pasado está presente, no pesa. Europa ha aprendido a caminar con sus sombras sin quedarse atrapada en ellas.
Admiro cómo este continente se reinventa. Cómo conviven lenguas, culturas, orígenes. Cómo la rivalidad entre Barcelona y Madrid es más una anécdota que una barrera: se compite, sí, pero también se construye. Y se nota. En la infraestructura, en la forma en que protegen lo antiguo mientras abren espacio para lo nuevo. Hay una mezcla de orgullo, memoria y visión.
Y hoy, además, tuve el encuentro con Gaudí. Un genio que merece su propio texto, así que solo lo menciono de paso. Porque sé que más adelante hablaré de él, de su Barcelona, de esa Sagrada Familia que todavía se construye como un símbolo de que las grandes obras toman tiempo, y a veces ni sus creadores imaginan lo lejos que pueden llegar.

Por ahora solo quería dejar esto aquí: una nota, una pausa, un encuentro. Porque a veces, estar en el lugar y el momento precisos es más que suficiente.






Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)