Llegué a Cómpeta para comenzar el TTC Sivananda, un mes que imaginaba lleno de yoga y disciplina, pero que ya desde los primeros días me está mostrando algo más profundo. Cada jornada aquí es un encuentro: con nuevas personas, con nuevas ideas y, a veces, con partes de mí que había dejado en silencio. El grupo es un mosaico de nacionalidades, edades e historias. Hay quien viene buscando un cambio, quien quiere profundizar su práctica, y quien simplemente sigue una intuición que lo trajo hasta aquí. Me gusta escuchar sus relatos; en cada uno encuentro un espejo distinto.
Las clases de filosofía Vedanta son como abrir ventanas hacia adentro. No hablan de grandes verdades inalcanzables, sino de cosas tan cercanas que a veces me incomodan. Cómo nos aferramos, cómo sufrimos por lo que creemos perder, cómo creamos nuestra propia ilusión. En estos días, no puedo evitar mirarlo todo desde lo que yo estoy viviendo.
Y entonces, las Swamis sueltan frases que me dejan clavada en el asiento. Podrían ser palabras de mi psicóloga: “No eres lo que te pasa, eres quien lo vive” o “Cuando sueltas la exigencia, aparece la paz”. Siento que están aquí para enseñarnos yoga recordándonos que la verdadera práctica empieza en la mente.
Aquí, entre conversaciones y silencios, la vida me está dando un taller intensivo de paciencia, desapego y confianza. Desde Nueva York sabía que no venía solo a aprender posturas.
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Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)