Lakshmi Maye

Cómpeta, un respiro entre montañas y casas blancas

Hay lugares que no se buscan, te encuentran. Así me pasó con Cómpeta, este rincón blanco de la Axarquía malagueña donde las montañas se inclinan hacia el Mediterráneo y la vida parece tener otro ritmo.

Perderse aquí es un regalo: calles empinadas que se enredan como laberinto, puertas azules que contrastan con el blanco intenso de las fachadas, y macetas de geranios que recuerdan que la belleza se cuida en lo pequeño.

Dicen que el nombre viene del latín compita, “cruce de caminos”. Y sí, Cómpeta se siente así: un punto de encuentro entre el mar y la sierra, entre lo que fuimos y lo que seguimos siendo. La historia se nota en cada calle, pero lo que hace que el lugar realmente respire son sus gentes: ancianos que saludan con sonrisa franca desde su puerta, artesanos que hablan con orgullo de sus vinos y aceite de oliva, y vecinos que invitan a sentarse en su terraza sin conocerte de nada.

Aquí el tiempo tiene otra cadencia. Me senté en una plaza mientras los niños jugaban, las mujeres charlaban y el aroma del pan recién hecho se mezclaba con la brisa de la montaña. En esos momentos entendí que la luz del pueblo no solo viene del sol sobre las casas blancas: viene de la gente, de esa manera de recibir al extraño como si fuera parte del lugar.

Si algo me llevo de Cómpeta es esa sensación de pertenencia, aunque solo estés de paso. Basta pedir un vino dulce en una taberna, conversar un rato, y sentir que aquí la vida es más simple, más humana.

Cómpeta no es solo un pueblo, es una pausa. Y a veces, justo eso es lo que necesitamos.

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Por: Maye Padilla (Si vas a copiar, al menos dame el crédito)

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